La voz de quienes han vivido más tiempo no es un eco apagado, sino una brújula que aún puede guiarnos.
Por Omaira Vivas
HoyLunes – El espejo en que mira la población longeva configura el reflejo de un tiempo que va más allá de las hojas caídas de un calendario que avanza sin mirar atrás, en una sociedad moderna que ensalza lo novedoso y desestima lo que envejece. Es porque el eco de la sabiduría se percibe silenciada, lanzada a los rincones donde la vida de quienes envejecen experimenta la sombra de un fantasma llamado tiempo, con memoria y murmullos que nadie quiere oír.
Adentrarse en el tema del edadismo y la longevidad también conlleva a navegar en el corazón de un drama colectivo, el de los adultos mayores. Aquellos que, habiendo recorrido el camino de la vida con valentía, sin dejar al naufragio su potencial y experiencias, se encuentran de repente invisibles en un mundo que ellos ayudaron a construir.

Sin ánimos de victimizar esta realidad excluyente de las personas que llegan a la vejez, surge la necesidad de llamar a la reflexión, como una súplica para que la juventud reconozca la sabiduría de los mayores como legado.
En términos «fenomenológicos y sociológicos» el adulto mayor vive una realidad que a menudo se vuelve invisible. Desde una perspectiva fenomenológica, la experiencia de envejecer es única para cada persona, pero a veces se ve reducida a un estereotipo. La sociedad tiende a percibirlos como una carga, o en el mejor de los casos, como figuras pasivas, improductivas y sin futuro.

La pérdida de roles sociales, la jubilación y el aislamiento, son fenómenos que marcan profundamente esta etapa. Sociológicamente, esta invisibilidad se traduce en una marginación. La brecha digital, la falta de acceso a servicios de salud adecuados y la precariedad económica, son realidades que revelan una sociedad que no ha sabido integrar a sus mayores. La juventud, a menudo inmersa en su propio camino, puede mostrar una actitud de indiferencia, de desdén o, incluso, de impaciencia, sin reconocer que el tiempo que hoy los define es un tesoro que ellos aún no han ganado.
El otro factor que se suma a estas experiencias de vida es el psicológico y emocional, ambos detonantes de psicopatologías que empeoran las vivencias en estados y producen ecos negativos. Hay que entender que el envejecimiento no es solo un proceso físico; es un viaje del alma. Psicológicamente, los adultos mayores enfrentan la tarea de aceptar los cambios en su cuerpo y en su mente.
Emocionalmente, esta etapa es un crisol de sentimientos. La soledad, la sensación de no ser valorado y la nostalgia por un pasado activo, se mezclan con la sabiduría acumulada. Es aquí donde las actitudes de la población joven tienen un peso monumental. Cuando los jóvenes asumen una postura de desinterés, están negando un diálogo intergeneracional fundamental. La impaciencia, la burla o simplemente el silencio ante la experiencia de un adulto mayor son actos de despojo emocional, que privan a estos ancianos de la dignidad y el respeto que tanto merecen.

El tesoro epistémico y espiritual se mira desde el camino recorrido por los adultos mayores pavimentado con sabiduría. Desde un punto de vista epistémico, ellos son las bibliotecas vivientes de la humanidad. Su conocimiento no proviene sólo de libros o de la tecnología, sino de la experiencia. Han navegado por crisis, han celebrado triunfos y han aprendido lecciones que ninguna inteligencia artificial puede replicar. Cada arruga en su rostro es una página de un libro de vida, un testimonio de haber trajinado por los caminos de la sapiencia. La juventud, al ignorarlos, está perdiendo un puente invaluable hacia la historia y la esencia de lo que somos.
Y más allá del conocimiento, existe una riqueza espiritual. Los adultos mayores, en su introspección, han tenido la oportunidad de confrontar la vida y la muerte, la alegría y el dolor. Su conexión con la trascendencia es a menudo más profunda.
Han cultivado una paciencia y una fe que solo se adquieren con el paso del tiempo. Su espíritu nos enseña sobre la resiliencia, sobre el perdón y sobre el amor incondicional, valores que nuestra sociedad a menudo olvida en su carrera desenfrenada.
Un llamado a la reflexión exige de una óptica y praxis desde la convivencia, donde se percibe que el trato que damos a nuestros adultos mayores no debe ofrecerse desde la compasión, sino desde nuestra propia humanidad, ya que, al honrarlos, nos honramos a nosotros mismos. Al escucharlos, nos escuchamos a nosotros mismos.

Cerrarnos al conocimiento que ofrecen los mayores en ese camino recorrido, se convierte también negar la existencia en ellos de un tesoro oculto. La sabiduría acumulada a través de décadas de vida, de aciertos y errores, de alegría y dolor, se queda sin un destinatario. Es como si una biblioteca inmensa se cerrara para siempre, sus libros cubiertos de polvo, sus lecciones inaudibles.
Un reflejo de la crisis que trata de develar este articulo se centra en que el lugar que debe ocupar el adulto mayor parece inexistente en la familia, la sociedad, su país y el mundo. El camino del adulto mayor, en lugar de ser un punto de referencia, se transforma en un no-lugar. Los ancianos se convierten en fantasmas en su propia tierra, seres invisibles cuya presencia es tolerada, pero no valorada.
#hoylunes, #omaira_vivas,